Un capricho en la configuración de los mensajes que recibimos en Facebook hundió en la angustia durante casi un mes a una madre estadounidense.
Anna Lamb-Creasey aguardó semana tras semana la reaparición de su hijo perdido, hasta que la noticia de su muerte emergió por la vía más improbable y absurda: un mensaje personal enviado por los algoritmos de esa red social a la casi invisible carpeta de “Otros”.
El drama de esta mujer empezó el 25 de enero pasado, cuando su hijo no regresó a casa en la noche. Lamb-Creasey llamó a los hospitales y a la cárcel, pero en ningún sitio tenían información reciente sobre el joven. A esas horas, mientras ella agotaba todos sus recursos para encontrarlo, Rickie Lamb, de 30 años, yacía en la morgue. La noche anterior había sido atropellado por un automóvil. El chófer no fue inculpado por el homicidio.
Una semana después del trágico accidente, la policía del condado de Clayton, en el estado de Georgia, trató de contactar a Lamb-Creasey mediante un mensaje privado en Facebook. Increíblemente, las autoridades prefirieron emplear una cuenta personal en lugar de un perfil oficial. La teniente Schindler, identificada en la red social como Misty Hancock, escribió el texto que llegó a su destino demasiado tarde.
Lamb-Creasey no comprende por qué la policía no se comunicó con ella directamente, en vez de usar canales tan poco ortodoxos como Facebook. “Dicen que hicieron su mejor esfuerzo, pero no estoy muy segura al respecto”, declaró la madre a una televisora local. “Si ellos pueden seguir a un criminal y capturarlo, ¿por qué no pudieron localizarme?”, demandó.
Y en realidad cuesta encontrar una explicación al proceder negligente de la policía en este caso, porque nadie espera que una noticia de tan terribles consecuencias nos sorprenderá por esta vía.
Pero la responsabilidad de este inaudito episodio no cae solo sobre las espaldas de las autoridades. Desde el año 2010 Facebook comenzó a desviar los mensajes enviados por extraños a la carpeta Otros, localizada junto a los mensajes regulares, pero con un tono más claro que la oculta a los ojos del apresurado internauta. Casi dos años después la compañía estadounidense decidió cobrar un dólar a quienes desearan contactar directamente a una persona desconocida –o al menos sin relación pública en Facebook—y no caer entonces en esa especie de contenedor de “correo basura”.
La hija de Lamb-Creasey llamó el 14 de febrero al número indicado por la teniente Schindler. Justo hasta ese momento la familia había creído que la inusual alerta de la policía escondía un intento de estafa. El extraño perfil de la oficial no inspiraba mucha confianza.
La paranoia de los mensajes indeseados, el control que abstractos algoritmos ejercen sobre nuestra relaciones, el repliegue del contacto personal y el auge de los intercambios virtuales… La historia de Lamb-Creasey refleja el estado de una sociedad desbordada de aparatos para comunicarse, pero aprensiva y escéptica.
Y usted, si aún no ha revisado su carpeta de Otros en Facebook, hágalo ahora. En ese barullo de mensajes relegados podría esperarlo una terrible… o una excelente noticia